Czeslaw Milosz
(1911-2004)


Czeslaw Milosz, narrador, poeta y ensayista, nació en 1911 en una familia de origen polaco en la aldea de Szetejnie, que hoy forma parte de Lituania. Estudió derecho. Obtuvo una beca que le permitió vivir en París por un año. Después de la Segunda Guerra Mundial, Milosz fue agregado cultural polaco en París y en Washington. En 1950 se refugió en Francia y en 1961 emigró a Estados Unidos, donde empezó a enseñar en la universidad de California en Berkeley. Recibió el Premio Nobel de Literatura en 1980. Sus poemas fueron publicados en un volumen, en 1988, Collected Poems 1931-1987; el volumen fue aumentado en 2001: New and Collected Poems 1931-2001 (2001). Estos poemas aparecen en Poemas (1984), selección, traducción y prólogo de Barbara Stawicka.


Canción sobre el fin del mundo

El día del fin del mundo
La abeja ronda sobre los geranios,
El pescador teje una red luminosa,
En el mar juegan los alegres delfines,
Los tiernos gorriones saltan en el alero
Y luce dorada la piel de la serpiente,
Como debe ser.

El día del fin del mundo
Las mujeres van por el campo bajo las sombrillas,
El ebrio dormita a la orilla del césped,
Los verduleros gritan en la calle,
Y una lancha de vela amarilla encalla en la isla.
El tono del violín vibra en el aire
Y entreabre la noche estrellada.

Y los que esperaban relámpagos y truenos,
Quedan decepcionados.
Y los que esperaban señales y trompetas del arcángel
No creen que ha llegado la hora.
Mientras el sol y la luna estén en el firmamento,
Mientras el abejorro hechice a la rosa,
Mientras nazcan los niños dichosos,
Nadie cree que ha llegado la hora.

Sólo el anciano de cabello blanco, que podría ser profeta
Pero que no lo es, porque tiene otro oficio,
Murmura al coser las ristras de tomates:
Ya no vendrá otro fin del mundo,
Ya no vendrá otro fin del mundo.



Éxodo

Cuando íbamos huyendo de la ciudad incendiada,
Lejos ya de sus torres, volteando los ojos,
He dicho: “Que el cardo cubra nuestras pisadas,
Que callen en las llamas profetas fervorosos,
Que sólo los muertos hablen de las cosas pasadas,
Nuestra será la estirpe iracunda y nueva,
Libre del mal y de la dicha que allí brotaban.
Sigamos”. Y nos abría la tierra una espada de fuego.


Goszyce, 1944.



Prefacio

Tú, a quien no pude salvar,
Escúchame.
Comprende mi hablar sencillo porque me avergonzaría el otro.
No hay en mí, lo juro, la hechicería de las palabras.
Te hablo silencioso, como una nube o un árbol.

Lo que me daba fuerza, para ti era mortal.
Concebías el declive de una época como inicio de la siguiente,
El éxtasis del odio como la belleza lírica,
El impulso ciego como forma conclusa.

He aquí el valle de los secos ríos polacos. Y el enorme puente
Que va hacia la bruma blanca. He aquí la ciudad derramada
Y el viento que arroja sobre tu sepultura el grito de as gaviotas
Mientras hablo contigo.

¿Qué es la poesía si no salva
Naciones ni hombres?
Complicidad de mentiras oficiales,
Canción de los ebrios antes de caer degollados,
Lectura de una quinceañera.

Desear la buena poesía y no alcanzarla,
Comprender tarde su sentido redentor:
Esto y solo esto es una salvación.

Esparcían sobre las tumbas el mijo o la adormidera
Porque llegaban bandadas de pájaros-muertos.
Para ti pongo aquí este libro, oh, lejano,
Para que ya no nos visites más.


Cracovia, 1945.



Al final del siglo XX

Al final del siglo XX, , nacido en su inicio,
tras haber escrito libros, buenos o malos, pero laboriosos,
tras haber alcanzado, perdido y recuperado,

Estoy aquí, con la esperanza de que sea posible volver a empezar
y sanar la propia vida pensando intensamente en las cosas pasadas,
tan fuerte, que el tiempo no logre borrar paisajes ni rostros
y todo permanecerá más verdadero de lo que ha sido.

Sin comprender cómo llegaban los años del éxtasis y a la vez de tormento,
aceptando mi destino e implorando por otro,
no me trataba con indulgencia, apretaba los labios.

Orgulloso de la única virtud por mí conocida:
la de azotarme con las múltiples disciplinas.
Siempre empiezo de nuevo, porque lo que acierto en trama
resulta una ficción, evidente para los demás pero no para mí,
y ella me confunde y me oculta,
y el deseo de la verdad me vuelve deshonesto.

Entonces pienso en el rigor del alto estilo
y en aquellos que nunca lo necesitaron.
Y pienso también que toda mi vida me he dejado vencer por la esperanza.



Sobre la plegaria

Me preguntas, cómo rezar a alguien que no existe.
Sólo sé que la plegaria levanta un puente de seda
Por el cual avanzamos como en un trampolín
Hasta alzar el vuelo por encima de los paisajes de oro profundo
Cambiados por el mágico síncope del sol.
Este puente va hacia la orilla del Reverso
Donde el otro lado de las cosas revela un sentido
Apenas sospechado de las palabras “esto es”-.
Mira, estoy diciendo: nosotros. Y cada uno en su singularidad
Siente allí la compasión por los que siguen presos en el cuerpo,
Y sabe que, si incluso no existiese la otra orilla,
Igual tendrían que entrar en el puente tendido sobre la tierra.


Versión de Barbara Stawicka



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