Eduardo Embry
(Valparaíso, Chile, 1938)


Eduardo Embry nació en Valparaíso, en 1938, y reside en Southampton, Inglaterra. Especialista en los orígenes medievales y renacentista de la poesía hispanoamericana. Ha publicado Los ángeles caídos (1964), y Poder invisible (1974).


Hoy es el día de mi partida

Hoy es el día de mi partida, y tal vez
hoy no me vaya sino mañana,
y quién sabe si mañana diga:
hoy es el día de mi partida y a lo mejor
hoy no me vaya sino mañana,
y en este pasado mañana sin fondo
alguna de tus amigas vaya y corra y te diga:
“estoy segura: lo vi en el centro”,
porque en verdad me andarás viendo a cada instante
y sentiré que me pides
que desabroche el nudo de tus cabellos,
y en la pieza contigua
podrás oir todavía el duelo del gran Derby de Junio
entre la yegua blanca y el caballo negro, adelante,
y pasan los últimos palos;
y mientras te vas desnudando en esa soledad, oirás, tal vez,
“hoy es el día de mi partida”, y quién sabe
si hoy no partiré o me iré mañana o un día después.



I.

Un hombre habla por teléfono
y cita a otro hombre
para hacer planes en la oscuridad.
Un hombre sale de la cabina telefónica silbando
y otro hombre toma un taxi negro y amarillo.

Un hombre entra a un bar y se sienta en una mesa solitario
y otro hombre llega por detrás.
Alguien está hablando por teléfono
con el jefe de la policía del gobierno.
Avisa que un desconocido
está flotando en el muelle esa mañana.

Se siente el ulular de las sirenas.
Alguien se levanta la solapa,
se mete las manos en los bolsillos
y se aleja del lugar.

Un hombre regresa a su casa, bebe un trago y se acuesta.
El otro hombre en toda la noche no puede ni dormir.



II.

En este país
hay otro país
que contiene al país
donde vivía alguien
que ya no vive en su país
sino en este país
que contiene a otro país
que a la vez contiene a ese país
donde hay otro país
donde vivía alguien
que ya no vive en aquel país
que contiene a otro país
sino en este país
donde hay otro país
que a la vez contiene al país
donde vivía alguien
que ya no vive
en este país:

En tiempos isabelinos
las casas tenían puertas más chicas



Fama no se compra

De los fenicios pasó a los griegos,
de los griegos inmigró con los pájaros al África,
del África, a España,
y de un salto, con los conquistadores,
esta estoria pasó al cerro Cordillera,
donde aún se oyen
brutales carreras de caballos
del famoso don Enea, y de la muy fermosa
e sesuda doña Dido, de cuando
Troya se había encendido,
y que la fama y que la nombradía,
de un salto dentro de otro salto,
con una espuela, se vuelven a España,
y de España pasan al África,
del África, con el retorno de la primavera,
vuelven a los fenicios,
de los fenicios a los griegos,
por todo el mundo ahora
— a voces corre, y se dice:
en el cerro Cordillera
se dan unos gallos grandes
que llevan la boca
a la altura del ombligo



2

Escena ocurrida (o por ocurrir) hace 500 años


Hace quinientos años
y quizás más,
un individuo feliz
bajaba por estas laderas,
y baja saltando de dos en dos,
casi sin tocar la superficie
de las cosas
donde hoy se levantan los galpones,
apenas se detiene
en el borde de estas rocas
se va clavando en una mar de arena,
en un pajar transparente
en un vaso de agua
de una sola gota,
quizás nada de esto
ninguna vez haya ocurrido
y no me importa el equívoco,
la poesía no se hace con matemáticas -
a falta de instrucciones manuscritas,
pieza por pieza, reconstruyo esta escena,
y esto es lo que somos:
sólo sal y agua en este hermoso paisaje



3

Episodios secretos

Cuando Odiseo limpia el patio
Penélope se oculta tras los matorrales,
desconfía que el héroe pueda distinguir bien
entre una plantita doméstica
y una mala hierba, recela de las
herramientas de jardinería, le parecen
todas iguales,
cuando Odiseo duerme,
Penélope se levanta, revisa
con mano de monja dedicada al patio,
certifica que ninguno de sus árboles favoritos
haya desaparecido,
y con licencia de hacer ruidos al dormir,
se duerme,
Odiseo la está soñando, mira con discreción sus piernas,
y Penélope, que no es la aristócrata
de la antigua Grecia, se vuelve con enojo, le maldice,
y por todo el tiempo que dura el sueño
le deja colgando de los pies



4

Entendidos

Los entendidos, los inventores
de veinticinco mejores
posturas de hacer el poema
recomiendan que uno pase una mano
por el dorso de la palabra,
y con la otra, se la agarre por la nuca,
los profesionales, los que inventan
y explican de cómo hacer bien las cosas,
dicen que no vale mucho tener
gran talento,
sino de cómo se usa
la gracia que Dios, o el demonio, nos ha dado.
los entendidos, los inventores
que saben de cómo hacer que las plantitas
crezcan con ojos azules,
matan insectos
con la cola,
miro con temor sus ocultos
laboratorios,
no sé qué harán mañana
con la libertad de mis palabras



5

El martillo a Quino

Con el martillo que se había encontrado
se fue pensando y pensando en clavar un clavo,
pero en vez de clavo que clavar con ese martillo
se topó con una rosca;
con esa rosca que se había hallado
se fue pensando y pensando en un desatornillador;
pero en vez de desatornillador
con qué atornillar esa rosca,
dio con una llave francesa,
con esa llave francesa que se había encontrado,
se fue pesando y pensando en una tuerca;
pero en vez de tuerca que ajustar con esa llave
dio por fin con aquel clavo que andaba buscando
y con ese clavo que se había encontrado
se olvidó de la rosca y del desatornillador,
de la llave francesa y de la tuerca,
y se fue pensando y pensando
en buscar aquel martillo
que una vez, y sin querer, se había encontrado,
pero en vez de martillo
con que clavar ese clavo,
se puso por delante un usurero
que ya había puesto precio al martillo
y lo ofrecía en el Mercado.



6

Aquí, donde silbar es un recurso natural sólo de los pájaros

Con certeza de la ciencia
que por aquí cree
del silbar un recurso
natural sólo de los pájaros,
me vienen unos impulsos
irresistibles de ensayar
el silbido familiar
que tú conoces,
que los amigos conocen bien,
para que oigan todos,
“qué bueno sería
vernos en un café”, por aquí,
donde nadie silba a nadie,
ui, si mis traviesos vecinos
oyeran mis intentos ridículos
de pitar como pitan los pájaros,
con certeza de la ciencia
creerían que me
estoy volviendo loco



7

El gallo que me cante
Tema del gallo, en El parnaso español...[Anvers 1614]


Quisiera que el gallo que me cante
tuviera las plumas pintadas de rojo y azul,
qué importa que su quiquiriquí
se oiga a lo largo y lo angosto,
que por un lado se vea el mar,
y por el otro, la cordillera nevada,
quisiera que el gallo que me cante, que me cante
de un monte a otro monte,
qué importa que su quiquiriquí
sea del tamaño de una ciudad muy porfiada,
que amontona casas, una
encima de la otra,
gallo velocísimo
en las pistas del cielo,
gallo con espuelas,
gallo con cuchillo,
gallo que se pulveriza
gallo que renazca de la ceniza,
no quisiera que otro gallo
me cantara



8

A veces pongo cara doctoral

A veces pongo cara doctoral,
me sumerjo en el análisis y comprensión
de diversos objetos que combinan,
se mezclan, se intercambian,
se hacen humo; no desaparecen, pero
se transforman,
y cuando voy entrando en lo más profundo
vienen los vecinos entusiastas del fútbol,
quieren que me una al equipo del barrio,
y converso con ellos, quiero explicarles
algo de mis piernas, de la falta de ejercicio,
del tiempo que he pasado sin tocar
una pelota: me convencen,
todos en un autobús nos vamos a la cancha,
y después de una tarde entera
dándole y dándole
de patadas a una pelota,
con más entusiasmo que nunca,
vuelvo a sumergirme en diversos objetos
que se mezclan, se intercambian,
se hacen humo, no desaparecen, pero
se transforman,
y los gases a veces se comportan como sólidos,
"lánzame la pelota" y la esférica
traspasa la línea de la puerta,
las mujeres, hurra, admiran a los jugadores
con mayor destreza,
y la sangre se llena de oxígeno,
las bisagras aceitan
y el corazón mismo se purifica.



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