Enrique Lihn
(Chile, 1929-1988)
Enrique Lihn, poeta, ensayista,
narrador, crítico literario, dramaturgo, ilustrador y locutor, nació
en Santiago de Chile en 1929. Estudió en el Saint George, en el Colegio
Alemán y en la Escuela de Bellas Artes de la Universidad de Chile.
Colaboró en la Revista de Arte y Anales de la Universidad de
Chile, escribió para los diarios El Siglo, Las Ultimas
Noticias y La Epoca y además fue fundador de la revista
literaria Cormorán. Trabajó en la Corporación de Fomento
CORFO) y fue Profesor del Departamento Humanístico de la Universidad de
Chile. En 1965 viajó a Europa mediante una beca de museología de la
UNESCO, y residió un tiempo en París. Luego vivió en Cuba. Obtuvo los
premios Casa de las Américas 1966, con su libro Poesía de paso
y el Premio Municipal de Poesía 1970 con La musiquilla de las pobres
esferas. Aunque publicó más de 36 libros en su trayectoria
literaria, nunca fue leído masivamente en Chile. De hecho, hasta que
Germán Marín publicara una antología póstuma, en 1997, El circo
en llamas, apenas era conocido en Chile. Publicó los libros de
poesía Nada se escurre, 1950; Poemas de este tiempo y de otro,
1955; La pieza oscura, 1963; Poesía de paso, 1966; Escrito
en Cuba, 1969; La musiquilla de las esferas pobres, 1969; Algunos
poemas, 1972; Por fuerza mayor, 1974; París, situación
irregular, 1977; A partir de Manhattan, 1979; Noticias del
extranjero, 1981; Poesía al azar, 1981; Estación de los
desamparados, 1982; Al bello aparecer de este lucero, 1983; El
Paseo Ahumada, 1983; Pena de extrañamiento, 1986, y Mester
de juglaría, 1987.
Market Place
Cirios inmensos para siempre encendidos,
surtidores de piedra, torres de esta ciudad
en la que, para siempre, estoy de paso
como la muerte misma: poeta y extranjero;
maravilloso barco de piedra en que atalayan
los reyes y las gárgolas mi oscura inexistencia.
Los viejos tejedores de Europa todos juntos
beben, cantan y bailan sólo para sí mismos.
La noche, únicamente, no cambia de lugar,
en el barco lo saben los vigías nocturnos
de rostros mutilados. Ni aun la piedra escapa
—igual en todas partes— al paso de la noche.
Cisnes
Miopía de los cisnes cuando vuelan,
bien alargado el cuello, bien redondos
y como si empuñaran la cabeza.
Pero aun así no pierden, ganan otra
forma de su belleza indiscutible
estas barcas de lujo de Sigfrido
bajo cuyas pesadas armaduras
tomaron el camino de la ópera
sin perder una sola de sus plumas.
La poesía puede estar
tranquila:
no fueron cisnes, fue su propio cuello
el que torció en un rapto de locura
muy razonable pero intrascendente.
Ni la mitología ni el bel
canto
pueden contra los cisnes ejemplares.
Nathalie
Estuvimos a punto de ejecutar un trabajo perfecto,
Nathalie en una casa de piedra de Provenza.
Dirás ahora que todo estuvo mal desde el principio
pero lo
cierto es que exhumamos, como por arte de magia,
todos, increíblemente todos los restos del amor
y en lo que a mí respecta hasta su aliento mismo:
el ramillete de flores de lavanda.
Es cierto:
nuestras buenas intenciones fracasaron,
nuestros
proyectos se redujeron al polvo del camino
entre la casa de Lulú y la tuya.
No se podía ir más lejos con los niños
que además se orinaron en nuestro experimento;
pero aprendí a Michaux en tu casa, Nathalie; una
vociferación
que me faltaba,
un dolor, otra vez, incalculable
para el cual las palabras no tienen gusto a nada.
Vuelvo a
París con el cuaderno vacío,
tu trasero en lugar de mi cabeza,
tus piernas prodigiosas en lugar de mis brazos,
el corazón en la boca no sé si de tu estómago o del mío.
Todo lo intercambiamos, devorándonos: órganos y
memorias,
accidentes del esfuerzo por calarnos a fondo,
Nathalie, por fundirnos en una sola pulpa.
Creer en
dios; sólo me falta esto
y completar, rumiando, el ciclo de la baba,
a lo largo de Francia.
Pero sí, trabajamos duramente
hombro con hombro, ombligo contra ombligo
y estuvimos a punto de sumergirnos en Rilke.
No hemos
perdido nada:
este dolor era todo lo que podía esperarse;
sólo me falta aullarlo en el momento oportuno,
mi
viejecilla, mi avispa, mi madre de
dos hijos
casi míos, mi vientre.
“Va faire dodo Alexandre. Va faire dodo Gérome.”
Ah, qué
alivio para ellos
el flujo de la baba de la conciliación. Toda otra
forma de
culto es una mierda.
Me hago literatura.
Este poema es todo lo que podía esperarse
después de semejante trabajo, Nathalie.
Porque escribí
Ahora que quizás, en un año de calma,
piense: la poesía me sirvió para esto:
no pude ser feliz, ello me fue negado,
pero escribí.
Escribí: fui la víctima
de la mendicidad y el orgullo mezclados
y ajusticié también a unos pocos lectores;
tendí la mano en puertas que nunca, nunca he visto;
una muchacha cayó, en otro mundo, a mis pies.
Pero escribí: tuve esta rara certeza,
la ilusión de tener el mundo entre las manos
—¡qué ilusión más perfecta! como un cristo barroco
con toda su crueldad innecesaria—
Escribí, mi escritura fue como la maleza
de flores ácimas pero flores en fin,
el pan de cada día de las tierras eriazas:
una caparazón de espinas y raíces
De la vida tomé todas estas palabras
como un niño oropel, guijarros junto al río:
las cosas de una magia, perfectamente inútiles
pero que siempre vuelven a renovar su encanto.
La especie de locura con que vuela un anciano
detrás de las palomas imitándolas
me fue dada en lugar de servir para algo.
Me condené escribiendo a que todos dudaran
de mi existencia real,
(días de mi escritura, solar del extranjero).
Todos los que sirvieron y los que fueron servidos
digo que pasarán porque escribí
y hacerlo significa trabajar con la muerte
codo a codo, robarle unos cuantos secretos.
En su origen el río es una veta de agua
-allí, por un momento, siquiera, en esa altura-
luego, al final, un mar que nadie ve
de los que están braceándose la vida.
Porque escribí fui un odio vergonzante,
pero el mar forma parte de mi escritura misma:
línea de la rompiente en que un verso se espuma
yo puedo reiterar la poesía.
Estuve enfermo, sin lugar a dudas
y no sólo de insomnio,
también de ideas fijas que me hicieron leer
con obscena atención a unos cuantos sicólogos,
pero escribí y el crimen fue menor,
lo pagué verso a verso hasta escribirlo,
porque de la palabra que se ajusta al abismo
surge un poco de oscura inteligencia
y a esa luz muchos monstruos no son ajusticiados.
Porque escribí no estuve en casa del verdugo
ni me dejé llevar por el amor a Dios
ni acepté que los hombres fueran dioses
ni me hice desear como escribiente
ni la pobreza me pareció atroz
ni el poder una cosa desable
ni me lavé ni me ensucié las manos
ni fueron vírgenes mis mejores amigas
ni tuve como amigo a un fariseo
ni a pesar de la cólera
quise desbaratar a mi enemigo.
Pero escribí y me muero por mi cuenta,
porque escribí porque escribí estoy vivo.
Celeste hija de la tierra
No es lo mismo estar solo que estar solo
en una habitación de la que acabas de salir
como el tiempo: pausada, fugaz, continuamente
en busca de mi ausencia, porque entonces
empiezo a comprender que soy un muerto
y es la palabra, espejo del silencio
y la noche, el fruto del día, su adorable secreto revelado por fin.
Tendría que empezar a ser de nuevo
para aceptar el mundo como si no fuese
solamente lo único que conservo de ti,
tendría que olvidarme
como se olvida lo más negro de un sueño,
soplar en mi conciencia hasta apagar mi imagen,
cerrar los ojos frente a los espejos,
deshacerme y hacerme, soñar siempre con otro,
morirme de mí mismo
para no recordarte a cada instante
como el ciego recuerda la luz y el condenado a muerte
la vida, toda ella, en un abrir y cerrar de ojos,
porque estás más adentro de mí que yo mismo
o existo porque existes
o yo no sé quién soy desde que sé quien eres.
No es lo mismo estar solo que estar sin ti, conmigo
con lo que permanece de mí si tú me dejas:
alguien, no, quizás algo: el aspecto de un hombre, su retrato
que el viento de otro mundo dispersa en el espacio
lleno de tu fantasma desgarrador y dulce.
Monstruo mío, amor mío,
dondequiera que estés, con quienquiera que yazgas
abre por un instante los ojos en mi nombre
e, iluminada por tu despertar,
dime, como si yo fuese la noche,
qué debo hacer para volver a odiarte,
para no amar el odio que te tengo.
Es inútil
buscar a tu enemigo en el infierno
suyo y de esta ciudad, allí donde la música agoniza
larga, ruidosamente en el silencio
y beber en su vaso para verte
con su mirada azul, roja de odio,
el vino que refleja su secreta agonía,
la que en su corazón en ruinas danza
a la luz de una luna tan desnuda como ella
con la misma afrentosa lascivia de la luna
que no se muestra al sol, pero acepta su fuego,
esa virgen tatuada
por los siete pecados capitales
no eres tú o eres otra;
alguien, quizá yo mismo, entonces toca
mi frente y me despierto como el fuego en la noche,
en toda mi pureza,
con tu nombre verídico en los labios.
Pies que dejé en París
Pies que dejé en París a fuerza de vagar
religiosamente por esas calles sombrías
La ciudad me decía no eres nada
a cada vuelta de sus diez mil esquinas
y yo: eres bella, a media legua, hundiéndome
otro poco en el polvo deletéreo:
nieve a manera de retribución,
y en la boca un sabor a papas fritas.
No me provoca ir a Macchu Pichu
No me provoca ir a Macchu Pichu.
Apuraré mi regreso
pero igual estarás a mil años de distancia
y tú serás mi ruina.
Fue así que llegué
a envidiar
a los muertos.
Vigilantes y vigilados
Perseguidos y perseguidores
Poseedores y desposeídos
Agredidos y agresores
Degolladores y degollados
Allanados y allanadores
Venid y va-á-mos to-ódos.
Del mar espero barcos, peces, olas
Del mar espero barcos, peces, olas
del cielo nada más que sol y viento,
la lluvia, el arco iris y el aliento;
de la tierra no verme en ella a solas.
Espero de la tierra no hacer colas
ni así hormiguear buscando mi sustento;
quiero en todo ganar el mil por ciento
y pasármelo todo por las bolas.
No quiero nada más que lo imposible
yo que, modestia aparte, lleno el mundo:
el pez más grande y menos comestible:
hacer en paz la guerra a medio mundo
y a la otra mitad. Indestructible,
plaga del pobre, horror del vagabundo.
Nombre de pila: el Buitre, alias el Vaca
Nombre de pila: el Buitre, alias el Vaca.
Apellido paterno. ¿Por el padre?
Apellido materno. ¿Por la madre?
Hijo de puto y puta. Caco y Caca;
y qué estado civil ni qué cosiaca:
viudo de nacimiento por su padre
e intrauterinamente con su madre
casado y con maracos y maracas.
La estatura depende del tamaño
de quien, con mala suerte en cualquier caso,
enfrente en mí el espectro de sus suegras.
Ojos del color del culo del tacaño,
algo de mierda venga, en todo, al paso
porque soy el Terrible Tetas Negras.
Yo que por sobre todo, cuerdo y loco
Yo que por sobre todo, cuerdo y loco
gusto de la verdad en la impaciencia
y consecuente hasta la incongruencia
estrújome la lengua, nunca el coco,
cuando en materia de mujeres toco
mi trompetilla, pierden su elocuencia
los maestros del arte y de la ciencia,
los pongo de perfil, fuera de foco.
Con la libreta de la carne en mano
miro fijo a los rojos comensales
y me la paso por los recojones;
las tengo allí -he cortado por lo sano-
fichadas por sus datos genitales
y con sus respectivas direcciones.
Pájaro carnicero bien podría
Pájaro carnicero bien podría
el loro serlo como lo parece
a juzgar por su pico que le crece
al modo de una hoz de utilería.
De un oscuro pasado inferiría
—bien que como es histrión lo desmerece—
el gusto de la sangre en que esplendece
su plumarajo de carnicería.
Vegetariano, ambiguo, torpe y loco,
pasivamente armado de sus garras
el semihumano pájaro de cuenta
en cualquier caso se parece un poco
a los que sin moverse de sus barras
gozan loreando una ocasión sangrienta.
Cacatúa de plumas coloradas
Cacatúa de plumas coloradas
y aun más amarillas que la envidia,
señor señora padre de la envidia
y madre de las huestes desbocadas;
oradora de plumas erizadas
desde su jaula de oro, la lipidia
el mal de amor, la lepra, todo lidia
en ti por boca y lenguas enroscadas.
Al amparo de un dios que en ti ni cree
pues semejante engendro lo avergüenza
crees ponerlo de tu linda parte
cuando te gozas de que un muerto mee
sangre bajo el emblema de tu trenza
triunfal que suelta ondea en CampoMarte.
Yo le dije al autor de estos sonetos
Yo le dije al autor de estos sonetos
que soy una camisa de once varas
gato de siete vidas y dos caras
nada que ver con rimas y cuartetos.
Informal, mis secretos son secretos
y no palabras ni palabras raras
de estas que cuentan poco y son tan caras
a un roedor de oscuros mamotretos.
Pero el tal, sordo y mudo, me escribía
con el hueco orejero de una mano
pegado al rastro de una borradura
sobre el desierto del papel que hervía
de mi cólera suya: andar en vano
detrás del propio ser sin su escritura.
Un tal Quevedo usaba del soneto
Un tal Quevedo usaba del soneto
para platonizar su mal de amores
sonsoneteando de uno y mil colores
a la llamada Lésida; respeto
toda mala costumbre, era un terceto
de dos figuras: la que urdía flores
y la que compartía esos ardores
pero con otro a quien guardó en secreto
supongo, el vate o el tercero no era
nadie sino quizá la razón misma
de esa escritura que lo exasperaba,
de la palabra —nunca verdadera—
su sincera impotencia que le asigna
fatalidad de un hombre hecho de nada.
Estación Terminal
Esta será ya lo veo tu última imagen:
nuestra despedida en el poema en la estación terminal.
No sé por dónde empezarla para que no se me escape nada, y las gentes
las cosas apelotonadas aquí tienen algo de
agobiadoramente comparable a los restos que se enfrían
frases enteras o adjetivos de una pequeña obra maestra
sobre la cual pesara, hasta perderla, esta impaciencia,
nuestro cansancio mi inarticulación la ferocidad del egoísmo
por el cual cuando me empiezan a doler los pies prefiero la cama a
cualquier otra cosa incluyendo a la poesía que voy a decirlo todo esta
noche eres tú,
y, entretanto, no insistas en que un gordinflón de cuarenta años
duerma apoyado en tu hombro, para retenerlo otro poco.
A la estación le sobran escenas como éstas,
la cara triste de la revolución
que me sonría por la tuya
con algo de una máscara de hojas de tabaco pequeña obra maestra de la
noche te improvisas
una moral una paciencia y hasta lo que llamas tu amor, nada podría de
todo eso
brotar en esta tierra caliente removida por los huracanes
sobre la que pasa y repasa este mundo con sus pies,
y se acumulan los restos a la espera de mis adjetivos, obscenos bultos
un mar de papeles, etc.,
algo, en fin, como para renunciar a este tipo de viajes.
Me parece llegar a la edad más ingrata,
me parece recordar el momento presente:
no eres tú la muchacha que conocí hace un año
ni te marchaste en circunstancias que prefiero olvidar.
Por el contrario, ¿no hicimos el amor?
Una y mil veces, se diría, y para el caso es lo mismo:
te reemplazaron hasta en eso como una sombra borrara a otra,
y tu virginidad: el colmo del absurdo
no te defiende ahora de parecer agotada.
En realidad recuerdo que nos despedimos aquí,
pero no puedo precisar, con este sueño, cómo ocurrió la despedida,
en qué sentido tus manos me revuelven el pelo
y yo arrastro tu equipaje una caja de latón
o me insinúas que te regale un pullover.
A los ojos de la gente que no distingo de mis ojos
sino para mirarles desde una especie de ultratumba
somos una pareja un poco desafiante
y acostumbrada a esto en su Estación Terminal
un blanco y una negra
contra la que, en cualquier momento, alguien arroja una
sonrisa estúpida
el comienzo de una pedrada
La cara triste de la revolución
y yo la tomo entre mis manos de egoísta consumado
Tanto como los párpados me pesan quienes se sientan en el suelo
a esperar una guagua hasta la hora del juicio
en que el viejo carcamal logra ponerse en movimiento
y los riegue lentamente por el interior de la República.
Tu última imagen quizá con tus yollitos en el pelo,
esta falta de sentimientos profundos en que me encuentro
parecida a la pobreza por la que en cambio tú
no sientes nada o bien una despreocupada afinidad,
la risa de juntar unos medios con tus alumnos,
el espejo que se guarda debajo de la almohada para soñar con quién se
quiera
y tus visitas a la abandonada
que por penas de amor se llena de hijos.
Ya no estoy en edad de soportarme en este trance
ni los bolsillos vacíos ni la efusión sentimental son cosas de mi
agrado,
hasta leyendo mis propios versos más o menos románticos bostezo
y se me dormiría la mano si tuviera que escribirlos.
Cuántos años aquí, pero, en fin, tú eres joven:
“de otro, seras de otro como antes de mis besos”.
Yo prefiero al lirismo la observación exacta
el problema de lengua que me planteas y que no logro resolver te
escribiré.
La Estación Terminal un libro abierto perezosamente en que las frases
ondulan
como si mis ojos fueran un paraje de turistas desacostumbrados a estos
inconvenientes,
nada que se parezca a una mancha gloriosa,
ya lo dije, de vez en cuando, una observación estúpida:
piedrecillas que se desprenden de este yacimiento humano,
incongruentes, con el saludo de Ho Chi Min transmitido por los
altoparlantes institutrices de esas que no dejan en paz a los niños a
ninguna hora de la noche,
y sin embargo, tú duermes con tranquilidad
capaz de todas las consignas, pero con una reserva al buen humor
quizá la clave de todo esto
un primer verso que pone al poema en movimiento como por obra de magia.
La Habana, Cuba, 1968
La musiquilla de las pobres esferas
Puede que sea cosa de ir tocando
la musiquilla de las pobres esferas.
Me cae mal esa Alquimia del Verbo,
poesía, volvamos a la tierra.
Aquí en París se vive de silencio
lo que tú dices claro es cosa muerta.
Bien si hablas por hablar, “a lo divino”,
mal si no pasas todas las fronteras.
Digan, al fin y al cabo, lo que quieran:
en la profundidad de la ignorancia
suena una musiquilla verdadera;
sus auditores fueron en Babel
los que escaparon a la confusión de las lenguas,
gente anodina de los pisos bajos
con un poco de todo en la cabeza;
y el poeta más loco que sagrado
pero con una locura con su cuerda
capaz de darle cuerda a la alegría,
capaz de darle cuerda a la tristeza.
No se dirige a nadie el corazón
pero la que habla sola es la cabeza;
no se habla de la vida desde un púlpito
ni se hace poesía en bibliotecas.
Después de todo, ¿para qué leernos?
La musiquilla de las pobres esferas
suena por donde sopla el viento amargo
que nos devuelve, poco a poco, a la tierra,
el mismo que nos puso un día en pie
pero bien al alcance de la huesa.
Y en ningún caso en lo alto del coro,
Bizancio fue: no hay vuelta.
Puede que sea cosa de ir pensando
en escuchar la musiquilla eterna.
Hoy murió Carlos Faz
Porque un joven ha muerto
pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida,
antes de que este cielo de octubre me haga bajar los ojos
hacia
una tierra en ruinas
y el canto de los pájaros y el canto de los niños se confundan
en
un mismo lamento en lo alto del coro
y las flores de octubre sean los incensarios que me envuelven
con
su perfume húmedo y oscuro.
Tú y yo lo conocíamos,
no tenía el deseo de morir ni la necesidad, ni el deber
de
morir,
era como nosotros o mejor que nosotros:
un hombre entre los hombres, alguien que día a día hizo
lo
suyo:
reflejar el mundo,
amar a la mujer, intimar con el hombre,
dar cuerda a su reloj,
transfigurar el mundo.
Obsérvense sus cuadros;
he aquí los espejos que retienen el aire del ausente, su
imagen
en imágenes,
lo que de él permanece despierto en su vigilia absoluta
de
objeto,
en
su fácil vigilia;
allí todo está en orden, en un orden secreto que no iirita,
en un orden que asombra: caprichoso y exacto, hostil y vivo,
vivo,
delicado,
luminoso como una sola estrella.
El vaciadero
No se renueva el personal de esta calle:
el elenco de la prostitución gasta su último centavo en maquillaje
bajo una luz polvorienta que se le pega
a
la cara
Una doble hilera de caries, dentadura de casas desmoronadas
Es la escenografía de esta
Danza Macabra
trivial bailongo sabatino en la pústula de la ciudad.
Es una cara conocida llena de
costurones con lívidas cicatrices
bajo unos centavos de polvo,
y que emerge de todas las grietas de la ciudad,
en este barrio más antiguo que el Barrio de los Alquimistas
como la cara sin cuerpo del caracol ofreciéndose
en los dos sexos de su cuello andrógino
blandamente fálico y untado de baba vaginal
el busto de un boxeador que muestra las tetas
en el marco de un socavón.
No avanza ni retrocede el río en ese tramo
descolorido
y bullente alrededor de la compuerta
El mecanismo de un reloj descompuesto
cuelga
como la tripa de un pescado
de la mesita de noche
entre los rizos de una peluca rosada
La fermentación de las aguas del tiempo que se enroscan alrededor del
detritus
como el caracol en su concha
el éxtasis de lo que por fin sepudre para siempre.
Si se ha de escribir correctamente poesía
Si se ha de escribir correctamente poesía
no basta con sentirse desfallecer en el jardín
bajo el peso concertado del alma o lo que fuere
y del célebre crepúsculo o lo que fuere.
El corazón es pobre de vocabulario.
Su laberinto: un juego para atrasados mentales
en que da risa verlo moverse como un buey
un lector integral de novelas por entrega.
Desde el momento en que coge el violín
ni siquiera el Vals triste de Sibelius
permanece en la sala que se llena de tango.
Salvo las honrosas excepciones las poetisas uruguayas
todavía confunden la poesía con el baile
en una mórbida quinta de recreo,
o la confunden con el sexo o la confunden con la muerte.
Si se ha de escribir correctamente poesía
en cualquier caso hay que tomarlo con calma.
Lo primero de todo: sentarse y madurar.
El odio prematuro a la literatura
puede ser de utilidad para no pasar en el ejército
por maricón, pero el mismo Rimbaud
que probó que la odiaba fue un ratón de biblioteca,
y esa náusea gloriosa le vino de roerla.
Se juega al ajedrez
con las palabras hasta para aullar.
Equilibrio inestable de la tinta y la sangre
que debes mantener de un verso a otro
so pena de romperte los papeles del alma.
Muerte, locura y sueño son otras tantas piezas
de marfil y de cuerno o lo que fuere;
lo importante es moverlas en el jardín a cuadros
de manera que el peón que baila con la reina
no le perdone el menor paso en falso.
Quienes insisten en llamar a las cosas por sus nombres
como si fueran claras y sencillas
las llenan simplemente de nuevos ornamentos.
No las expresan, giran en torno al diccionario,
inutilizan más y más el lenguaje,
las llaman por sus nombres y ellas responden por sus
nombres
pero se nos desnudan en los parajes oscuros.
Discursos, oraciones, juegos de sobremesa,
todas estas cositas por las que vamos tirando.
Si se ha de escribir correctamente poesía
no estaría de más bajar un poco el tono
sin adoptar por ello un silencio monolítico
ni decidirse por la murmuración.
Es un pez o algo así lo que esperamos pescar,
algo de vida, rápido, que se confunde con la sombra
y no la sombra misma ni el Leviatán entero.
Es algo que merezca recordarse
por alguna razón parecida a la nada
pero que no es la nada ni el Leviatán entero,
ni exactamente un zapato ni una dentadura postiza.
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