Fabio Fiallo
(Santo Domingo, 1866 - La Habana, 1942)
Fabio Fiallo nació en Santo Domingo el
3 febrero de 1866 y murió en La Habana el 28 de agosto de 1942.
Periodista, diplomático, narrador y poeta, Fiallo es probablemente más
grande de los poetas románticos dominicanos. Fundó los periódicos El
Hogar (1894), La Bandera Libre (1899), La Campaña
(1905) y Las Noticias (1920) y colaboró con el Listín Diario
y El Lápiz. Es autor de Primavera Sentimental (1902), Cuentos
frágiles (1908), Cantaba el ruiseñor (1910), Canciones
de la tarde (1920), Poemas de la niña que esta en el cielo
(1935), y una selección: Sus mejores versos (1938).
For Ever
Cuando
esta frágil copa de mi vida,
que de hermosuras rebosó el destino,
en la revuelta bacanal del mundo
ruede en pedazos, no lloréis, amigos.
Haced de un
rincón del Cementerio,
sin cruz ni mármol, mi postrer asilo,
después, ¡oh! mis alegres camaradas,
seguid vuestro camino.
Allí, solo, mi
amada misteriosa,
bajo el sudario inmenso del olvido,
¡cuán corta encontraré la noche eterna
para soñar contigo!
Quién fuera tu espejo
¿Cuán
feliz es el sol! En las mañanas
por verte su carrera precipita,
a tus balcones llega, y en cada alcoba
penetra por la abierta celosía.
Al blanco lecho en
que reposas, sube,
a tu hermosura da calor y vida,
tornase ritmo en tus azules venas,
y epigrama de luz en tus pupilas.
Mas, yo, no
envidio al sol, sino al espejo
en donde ufana tu beldad se mira,
que te ama, alegre, cuando estás delante,
y al punto que te vas de ti se olvida.
En el atrio
Deslumbradora
de hermosura y gracia,
en el atrio del templo apareció,
y todos a su paso se inclinaron,
menos yo.
Como enjambre de
alegres mariposas,
volaron los elogios en redor:
un homenaje le rindieron todos,
menos yo.
Y tranquilo
después, indiferente,
a su morada cada cual volvió,
e indiferentes viven y tranquilos
¡ay! todos, menos yo.
Plenilunio
Por
la verde alameda, silenciosos,
íbamos
ella y yo
la luna tras los montes ascendía,
en la fronda cantaba el ruiseñor.
Y le dije... No
sé lo que le dijo
mi
temblorosa voz...
En el éter detúvose la luna,
interrumpió su canto el ruiseñor,
y la amada gentil, turbada y muda,
al
cielo interrogó.
¿Sabéis de esas
preguntas misteriosas
que
una respuesta son?
Guarda, ¡oh, luna, el secreto de mi alma;
cállalo,
ruiseñor!
Astro muerto
La
luna, anoche, como en otro tiempo,
como una nueva amada me encontró;
también anoche, como en otro tiempo,
cantaba el ruiseñor.
Si como en otro tiempo, hasta la luna
hablábame de amor,
¿por qué la luna, anoche, no alumbraba
dentro mi corazón?
Gólgota Rosa
Del
cuello de la amada pende un Cristo,
joyel en oro de un buril genial,
y parece este Cristo en su agonía
dichoso de la vida al expirar.
Tienen sus dulces
ojos moribundos
tal expresión de gozo mundanal,
que a veces pienso si el genial artista
dióle a su Cristo alma de don Juan.
Hay en la frente
inclinación equívoca,
curiosidad astuta en el mirar,
y la intención del labio, si es de angustia,
al mismo tiempo es contracción sensual.
¡Oh, pequeño
Jesús Crucificado!,
déjame a mí morir en tu lugar,
sobre la tentación de ese Calvario
hecho en las dos colinas de un rosal.
Dame tu puesto, o
teme que mi mano
con impulso de arranque pasional,
la faz te vuelva contra el cielo y cambie
la oblicua dirección de tu mirar.
Sándalo
Es
su espíritu lámpara encendida
en el callado altar del sacrificio,
y son dos piedras de ese altar propicio
el duro seno en que su fe se anida.
Ni una vez tu
pupila endurecida
el vértigo sintió del precipicio,
ni pudo despertarle un solo indicio
el pecado al rozarla por la vida.
Si pesada es su
cruz nadie lo advierte:
De tal modo es alígera su planta,
y, como alondra, cuando sufre canta.
Breve, igual a una
flor, será su muerte...
Y cuando muera, un suave olor de santa
perfumará los labios de la muerte.
Era una tarde
¡Oh,
mi amada! ¿te acuerdas? Esa tarde
tenía el cielo una sonrisa azul,
vestía de esmeralda la campiña
y más linda que el sol estabas tú.
Llegamos a las
márgenes de un lago.
¡Eran sus aguas transparente azul!
En el lago una barca se mecía,
blanca, ligera y grácil como tú.
Entramos en la
barca, abandonándonos,
sin vela y remo, a la corriente azul;
fugaces deslizáronse las horas;
no las vinos pasar ni yo ni tú.
Tendió la noche
su cendal de sombras;
no tuvo el cielo una estrellita azul...
Nadie sabrá lo que te dije entonces,
Ni lo que entonces silenciaste tú...
Y al vernos
regresar, Sirio en oriente
rasgó una nube con su antorcha azul...
Yo era feliz y saludé una alondra.
Tú... ¡qué pálida y triste estabas tú!
El silencio de unos ojos
Qué me dicen tus dulces ojos negros,
tan cargados de sombras, ¡oh, adorada!
que en la noche me basta su recuerdo
para llenar mi corazón de lágrimas.
Qué me dicen tus
dulces ojos negros,
en su silencio lleno de palabras
tan leves, que el oído nunca advierte
cuando se adentran en mi oscura entraña...
Tal dos aves que
buscan su refugio
en un agrio peñón de oculta playa,
y en su áspero nidal, en vez de cánticos
alzan al cielo súplicas calladas.
Rima profana
La
blanca niña que adoro
lleva al templo su oración,
y, como un piano sonoro,
suena el piso bajo el oro
de su empinado tacón.
Sugestiva y elegante
toca apenas con su guante,
el agua de bautizar,
y queda el agua fragante
con fragancia de azahar.
Luego, ante el ara se inclina
donde un Cristo de marfil
que el fondo oscuro ilumina,
muestra la gracia divina
de su divino perfil.
Mirándola, así, de hinojos,
siento invencibles antojos
de interrumpir su oración,
y darle un beso en los ojos
que estalle en su corazón.
Inmortalidad
A
la mansión oscura de la muerte
llegaré antes que tú, quizás mañana;
y moriré sin que mi beso anide
en
el fondo de tu alma.
Sin esa dicha
moriré inconforme,
mas,
no sin esperanza,
que tú también a la mansión oscura,
pronto habrás de llegar, tal vez mañana.
Entonces,
despertando de mi sueño,
te acercaré a mi tumba solitaria.
¡Qué novia más gentil cuando te mire
de
novia en tu mortaja!
¡Y entonces,
cuántos besos en los ojos
que tuvieron tan pérfidas miradas!
¡Y cuántos en los labios embusteros!
¡Y
cuántos en el alma!
Mis cantos
Vierten
veneno mis cantos
¡cómo no ha de ser así
si tantísima ponzoña
derramaste en mi existir!
Veneno vierten mis cantos
¡cómo no ha de ser así
si en el corazón mil sierpes
llevo, y ¡ay! ¡te llevo a ti!
Poesia
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