Cecília Meireles
(Río de Janeiro, 1901-1964)
Cecília Meireles es una de las máximas
voces de la segunda fase del Modernismo brazileño. Fue editora de
educación del Diario de Noticías de Río y tradujo las obras de
Maeterlinck, Lorca, Anouilh, Ibsen, Tagore, Rilke, Virginia Woolf,
Pushkin. Publicó, entre otros libros, Espectros, publicado en
1919, siguieron: Nunca mais...e poema dos poemas (1923), Baladas
para el Rei (1925), Viagem (1939), Retrato natural
(1959), Metal rosicler (1960) y Solombra (1963).
Retrato
Yo no tenía este rostro que tengo hoy,
tan calmado, tan triste, tan pálido,
ni estos ojos tan vacíos,
ni el labio amargo.
Tampoco tenía estas manos sin fuerza,
tan silenciosas, tan frías, tan muertas;
yo no tenía este corazón
que ahora nadie ve.
No sentí el cambio,
tan simple, tan cierto, tan fácil:
¿En qué espejo se perdió
mi imagen?
Sugestión
Sucede así -cualquier cosa
serena, libre, fiel.
Flor que se cumple, sin pregunta.
Ola que se violenta, a causa de ejercicio indiferente.
Luna que envuelve igual a los novios abrazados y a los soldados ya
fríos.
También como este aire de la noche: susurrante de silencios, lleno de
nacimientos y
........ pétalos.
Igual a la piedra detenida, conservando su demorado destino. Y la nube
........ leve y bella, viviendo de nunca llegar a ser.
La cigarra quema en su música, al camello que mastica su larga soledad,
Al pájaro que busca el fin del mundo, al buey que va con inocencia
hacia el monte.
Sucede así, cualquier cosa serena, libre, fiel.
No como al resto de los hombres.
Resurrección
No cantes, no cantes, porque vienen de lejos los
náufragos,
vienen los presos, los tuertos, los monjes, los oradores,
los suicidas.
Vienen las puertas, de nuevo, y el frío de las piedras,
de las escalinatas,
y, con un ropaje negro, aquellas dos manos antiguas.
Y una vela de móvil llama humeante. Y los libros. Y
las escrituras.
No cantes, no. Porque era la música de tu
voz lo que se oía. Soy una muerta reciente, aún
con lágrimas.
Alguien escupió distraídamente sobre mis pestañas.
Por eso vi que ya era tarde.
Y dejé en mis pies quedarse el sol y andar las moscas.
Y de mis dientes se escurrió una lenta saliva.
No cantes, pues trencé mis cabellos, ahora,
y estoy ante el espejo, y sé bien que ando en fuga.
Carta
Yo, sí —¿Pero y la estrella de la tarde, que subía
y descendía
de los cielos cansada y olvidada?
¿Y los pobres, que golpeaban las puertas, sin resultado, haciendo
vibrar la noche y el día con su puño seco?
¿Y los niños, que gritaban con el corazón aterrado?: “¿por qué
nadie nos responde?”
¿Y los caminos, y los caminos vacíos, con sus manos extendidas
inútilmente?
¿Y el santo inmóvil, que deja a las cosas continuar su rumbo?
¿Y las músicas encerradas en cajas, suspirando con las alas
recogidas?
¡Ah! —Yo, sí —porque ya lo lloré todo, y despedí mi cuerpo
usado y triste,
y mis lágrimas lo lavaron, y el silencio de la noche lo enjugó.
Pero los muertos, que enterrados soñaban con palomas ligeras
y flores claras,
y los que en medio del mar pensaban en el mensaje que la playa
desplegaría rápidamente hasta sus dedos...
Pero los que se adormecieron, de tan excesiva vigilia —y que yo
no sé si despertarán...
y los que murieron de tanta espera... -y que no sé si fueron salvados.
Yo, sí. Pero todo esto, todos estos ojos puestos en ti, en lo alto
de la vida,
no sé si te mirarán como yo,
renacida y desprovista de venganzas,
el día que necesites el perdón.
Infancia
Se llevaron las rejas del balcón
desde donde la casa se avistaba.
Las rejas de plata.
Se llevaron la sombra de los limoneros
por donde rodaban arcos de música
y hormigas rojizas.
Se llevaron la casa de verde tejado
con sus grutas de conchas
y sus vitrales de flores empañadas.
Se llevaron a la dama de viejo piano
que tocaba, tocaba, tocaba
la pálida sonata.
Se llevaron los párpados de antiguos sueños,
y dejaron solamente la memoria
y las actuales lágrimas.
Estirpe
“Los mendigos mayores no dicen nada, no hacen nada.
Saben que es inútil y exhaustivo. Se dejan estar. Se dejan estar.
Déjanse estar al sol o a la lluvia, con el mismo aire de entero valor,
lejos del cuerpo que dejan en cualquier lugar.
Entretiénense en extender la vida por el pensamiento.
Si alguien habla, su voz huye como un pájaro que cae.
Y es de tal modo imprevista, innecesaria y sorprendente
que para oírla bien tal vez giman algún ay.
¡Oh, no gemían, no!... Los mendigos mayores son todos estoicos.
Pondrán su miseria junto a los jardines del mundo feliz
pero no quieren que, desde el otro lado, sepan de la extraña suerte
que los recorre como un río un país.
Los mendigos mayores viven fuera de la vida: se excluyeron.
Abren sueños y silencios y desnudos espacios a su alrededor.
Tienen su reino vacío, de altas estrellas que no cobijan.
Su mirar jamás mira y su boca no llama ni ríe.
Y su cuerpo no sufre ni goza. Y su mano no toma ni pide.
Y su corazón es una cosa que, si existiera, súbito olvidaría.
¡Ah!, los mendigos mayores son un pueblo que se va convirtiendo en
piedra.
Ese pueblo, que es el mío.”
Reinvención
“La vida sólo es posible
reinventada.
Va el sol por los campos
y pasea su dorada mano
por las aguas, por las hojas...
¡Ah, todo burbujas
que brotan de hondas piscinas
de ilusión... - nada jamás.
¡Ah!, todo burbujas
Pero la vida, la vida, la vida,
la vida sólo es posible
reinventada.
Viene la luna, viene, retira
las cadenas de mis brazos.
Me proyecto por espacios
llenos de tu figura.
Sola, equilibrada en el tiempo,
me desprendo del vaivén
que más allá del tiempo me lleva.
Sola, en la tiniebla
permanezco: recibida y dada.
Porque la vida, la vida, la vida,
la vida sólo es posible
reinventada.”
Cantarán los gallos
“Cantarán los gallos, cuando muramos,
y una brisa leve, de manos delicadas,
rozará los bordes, las sedas
mortuorias.
Y el sonido de la noche irá transpirando
sobre los claros vidrios.
Y los grillos a lo lejos truncarán los silencios,
los tallos de cristal, fríos, largos yermos,
y el enorme aroma de los árboles.
¡Ah, qué dulce luna verá nuestra calma
faz todavía más calma que su gran espejo
de plata!
¡Qué frescura espesa en nuestros cabellos,
libres como los campos de madrugada!
En la niebla de la aurora
la última estrella
asciende pálida.
¡Qué gran sosiego, sin hablas humanas,
sin el labio de los rostros del lobo,
sin odio, sin amor, sin nada!
Como oscuros profetas perdidos,
conversarán apenas los perros en las campiñas.
Fuertes preguntas. Vastas pausas.
Estaremos en la muerte
con aquel suave contorno
de una concha dentro del agua.”
Poesia
.us
Mapa del sitio | Aviso Legal | Quiénes Somos | Contactar