Rodolfo Coiscou Weber
Entonces, Buen Hombre
A Magaly Caram de Alvarez
Entonces, Buen Hombre, decidme,
yo también me lo pregunto a veces,
¿dónde, de qué lado está la canción?
Y el Buen Hombre me dijo:
Cada vez que salgo en su búsqueda
encuentro la Ciudad sembrada de odios,
con sus rostros marginados comiéndose el polvo
de los multifamiliares.
Porque nuestra Historia,
en parte,
ha sido de cemento y cruces.
“Destrúyanme todas esas casuchas viejas”.
“Mañana, cuando yo pase por aquí,
quiero ver hileras de multifamiliares,
avenidas a cuatro vías,
parqueos y demás comodidades”.
Y al otro día,
bandas
de música,
banderas,
discursos,
regocijo por la misión cumplida.
Entonces, Buen Hombre, decidme,
yo también me lo pregunto, a veces,
¿dónde, de qué lado está la canción?
Y el Buen Hombre me dijo:
La Gran Ciudad sigue creciendo.
La Gran Miseria,
convertida en el Gran Arquitecto
de nuestro Pequeño Universo,
continúa siendo empujada
desde tiempos milenarios:
por
las bandas de música,
por
las banderas,
por
los discursos,
por
las paradas cívico-militares,
por
las devastaciones aquellas,
por
el pesimismo de nuestra existencia,
por
lo triste y melancólico de nuestra esencia,
por
los perfumes de las grandes inauguraciones,
de
los días de fiesta.
Y el Buen Hombre,
con sus ojos tristes, cansados,
mirada en la que despertaba la historia del tiempo,
como desprendiéndose de sí mismo, me dijo:
A lo lejos, muy cerca, a lo lejos,
cuerpos
cansados,
sudor,
cemento,
espigas
viejas
dobladas
por el tiempo.
Silencio
de siglos,
esperando,
en
todos los caminos,
la
otra canción.
Aquí, en la Isla,
desde antes:
Mara
Turey.
Cara
caracol.
Descubrimiento. Conquista. Civilización.
Tener, tener, tener.
No producir, no producir, no producir.
Ya todo no es de todos.
“Muero libre”. Morir para ser libre.
Los muertos viven aprisionados en su tierra.
Quizás, algún día,
volvamos al origen,
primitivos habitantes
concientizados
por
el dolor,
por
el sudor,
por
la canción.
Entonces, Buen Hombre, decidme,
yo también me lo pregunto, a veces,
¿dónde, de qué lado está la canción?
Y el Buen hombre me dijo:
Levanta la frente en la gota de sudor.
Levanta la frente en la lágrima sin pan.
“Quisqueyanos
valientes alcemos...”
“Ningún
pueblo ser libre merece...”
“Que
si dolo y ardid la expusieron...”
“Y
si pudo inconsulto caudillo...”
“Compatriotas
mostremos erguida...”
“Libertad
que aún se yergue serena...”
“Nuestros
campos de gloria repiten...”
“Libertad,
libertad, libertad...”
Nuestros campos de gloria sin pan.
Nuestros campos de gloria sin tierra.
Nuestros campos de gloria sin minas.
Entonces, Buen Hombre, decidme,
yo también me lo pregunto, a veces,
¿dónde, de qué lado está la canción?
Y el Buen Hombre me dijo:
La canción, duerme, despierta, desvelada,
dentro de cada corazón.
En el golpe de martillo,
constructor
de la esperanza.
En el golpe de la azada,
roturando
la simiente.
En las manos del obrero,
despertando
la maquinaria
de
la fábrica.
En la canción más pura,
si el pan se ha de ganar con el sudor honrado de nuestras frentes.
–Entonces, Buen Hombre, dadme tiempo.
Me siento triste y cansado.
Y antes de emprender el largo viaje,
debo ir a buscar, a encontrar, la canción.
Debe estar dormida, en algún rincón de la Patria.
Debo ir a buscarla, para dejarla, despierta,
entre tus manos.
Cansado de buscar la canción y no encontrarla,
volví, volví con la misma pregunta
y el Buen Hombre, sin dejarme interrogarlo,
me dijo, con una sonrisa más amplia que la misma Isla,
como si tuviese la Isla entre los labios.
Pero con una voz amarga:
Ahora debo cantar al cambio.
A la nueva canción que viene
siendo
traída
por
el Tiempo.
Ahora debo cantar a los días que se acercan
y que nos van cercando a todos.
Ahora debo cantar a las conversaciones que se excitan,
a los cortos,
largos silencios.
¿Quién iniciará el cambio?
¿Cómo conversará el canto?
Ameno no ha sido el diálogo.
¿Y cómo será la transición?
¿Quién pondrá la lágrima,
en el momento inevitable, necesario,
cuando rostros nuevos
administren viejas oficinas:
cansados los asientos,
del
viejo calor,
cansados los escritorios,
de
las mismas manos,
cansados los teléfonos,
de
las mismas conversaciones.
Y luego lentamente, con prisa, lentamente,
se iniciará el cambio
hacia la misma vieja rutina.
Y el hambre y la miseria
continuarán en el mismo sucio rincón,
llorando, comiéndose las uñas,
que
no tienen,
comiéndose la tierra,
que
no tienen,
comiéndose las paredes de cartón,
que
no tienen.
Mientras, como siempre,
los alegres camaradas
del nuevo orden,
como siempre,
se irán acostumbrando
a tener más,
porque
no tenían nada.
A producir menos,
porque
nunca produjeron nada.
Y así la Patria bien Amada
seguirá esperando, continuará esperando.
Mientras nosotros, seguiremos encaneciendo
al borde del camino,
del
bohío sin nombre,
esperando la canción
como la piedra, llena de polvo,
mientras los grandes autos veloces
corren, se precipitan, a las nuevas
inauguraciones
que nos continuarán haciendo
más humanamente humanos
en el olvidado recuerdo
de los Duartes y Luperones,
y de los que nunca tendrán
para ser recordados
un nombre, un apellido,
la música de una canción.
Pero no importa.
¡De pie todos!
Es una orden.
Comienza el cambio.
Aprenderemos a morirnos
con la misma sonrisa:
dura, áspera,
de piedra,
llena de polvo.
Escuchad el Himno,
va a comenzar:
“Quisqueyanos valientes alcemos...”
¡Unid los talones
de los zapatos
que no tenéis!
¡Es una orden!
Están izando
la Bandera Nacional.
Y entonces, el Buen Hombre,
bájando la frente
llena de Historias grises, negras, blancas,
bajando la frente llena de sangre y cruces,
me dijo con una voz de dolor tan honrada y tan honda
que parecía dividirla Isla en la misma línea fronteriza:
Sí, me duele esta canción,
me duele
por los que no saben leerla,
por los que nunca sabrán comprenderla.
Me duele,
por los que desde la colonización,
han ido extinguiendo raza tras raza,
en procura del oro
de
nuestra desnudez,
en procura del oro
de
nuestra hambre,
en procura del oro
de
nuestra sed.
Pero silencio,
que podría ser impugnada
también
esta canción.
Sí, mis alegres camaradas
del llanto y el dolor:
será eterna
nuestra jornada de silencio
hasta que olvidemos la vieja canción:
Sí, Señor.
Como usted disponga, Señor.
A su orden, Señor.
Como usted mande, Señor.
Mande, Señor.
Ordene, Señor.
Disponga, Señor.
Sí,
Señor,
Señor,
Señor...
Y después de un largo silencio,
todavía cansado de haber creído enterrar la vieja Historia,
saludé a mi Buen Hombre, que siempre llevo dentro,
con la misma pregunta de siempre. Y me dijo:
Vivimos en una época en la cual el hombre lucha
por comunicar lo “incomunicable” a los demás seres humanos.
Aquí estamos, hermanos,
sintiendo el grito, desgarrados,
de las barreras que tiemblan.
Mirad los eslabones.
Como se va deshaciendo
la cadena.
Todo ha sido
como
un rayo
partiendo
la tormenta.
Y mucho es el polvo
y mucha es la ceniza.
Aquí, en la ciudad,
en la Isla toda,
“una sola e indivisible”
por la geografía,
por el dolor,
por la sangre,
es necesario, hermano,
debemos aprender
el nuevo idioma,
la canción tiene otro lenguaje.
Estamos naciendo de nuevo,
la luz del día es más clara.
En la noche, las estrellas iluminan
con más alegría.
Indudablemente, hermano,
las órdenes han sido dadas,
y todo,
la canción,
por dentro,
va cambiando.
—“Sólo es un cambio de gobierno,
los de abajo, arriba;
los de arriba, abajo”;
gritó el hombre de siempre.
—“Esperad.
La canción tiene su música
y tiene sus palabras,
ya aprenderás a cantarla”,
gritó en silencio la voz que gobierna,
mientras se abrían las murallas.
A lo lejos,
la
música del mar,
me
arrullaba,
igual que en los años de la infancia.
(La hija
que llevo
en el hueco de las pianos
me llama:
—“Padre,
¡qué bello!
nace de nuevo
la Patria”.
–“Padre, si me equivocara,
me moriría de nuevo dentro de ti,
en tu inmenso amor humano
de canción amplia, hasta que pie
despertaras”.
—“Hija, débil hilo de luz, trashumante,
que de este sueño no me despierte
nada, nadie,
sólo el golpe de martillo
construyendo la esperanza”.)
Entonces, Buen Hombre, decidme,
yo también me lo pregunto, a veces,
¿dónde, de qué lado está la canción?
Y el Buen Hombre me dijo:
Que no se cierren los anillos debajo del agua.
En esta tierra
“donde sólo seca lágrimas el sol”,
la nueva música nos pertenece
desde el pinar lejano
hasta la barca del pescador,
desde la ciudad que nos incomunica
hasta la taza de café que nos une
en el humilde bohío.
Que no se cierren los anillos debajo del agua.
Los caminos hay que sembrarlos de amor.
Porque, no nos engañemos:
nuestros campos de gloria están secos,
nuestros campos de gloria están yermos,
nuestros campos de gloria están muertos,
nuestros campos de gloria esperan la nueva canción.
La nueva canción,
la que va hilando corazones, temblores, urgencias.
Que no se cancele a nadie,
que se designen a todos,
que no haya un solo ser humano que no sepa hacer nada,
que sean verdaderamente nuestras las riquezas nacionales,
que canten dentro de nuestros corazones,
nuestra Isla de sangre,
nuestros ríos de sangre, nuestros mares de sangre,
nuestros campos y montañas sembrados de sangre,
y ese coro de voces de la Presencia del Angel,
que cante, que cante debajo de la tierra,
nuestras canciones de sangre.
Que no se cierren los anillos debajo del agua.
Porque si se cerraran,
volveríamos al origen,
a la vieja, a la antigua canción.
Entonces, Buen Hombre, decidme,
yo también tire lo pregunto, a veces:
¿dónde, de qué lado está la canción?
La canción es dura,
la canción es ardua,
la canción es sencillamente revolucionaria.
La canción es algo así
como tener una mariposa en el filo de una espada.
Y el Buen Hombre me dijo:
Debemos comenzar desmantelando la Historia.
Reduciendo a cenizas nuestro origen.
Destruyéndonos por dentro
para comenzar a nacer de nuevo.
Pueblo indo-africano esclavizado
por las cadenas del oro, desde el coto minero;
por las cadenas del azúcar, desde sus primeros años;
por las cadenas de la tierra del ganado,
desde los hatos, hateros, ganaderos;
por las cadenas del cuero y de los cosecheros de tabaco,
por las cadenas de la Casa de Contratación de Sevilla,
por las cadenas del Situado,
por las cadenas de las transnacionales,
por las cadenas del contrabando obligado.
Pueblo esclavizado desde su origen,
cansado de comerse su tierra sin agua,
cansado del sol y la lluvia,
de la agria reforma
que no endulza el café amargo.
Comencemos desde tu origen
cronológicamente lleno de cruces
la amarga canción del oro,
la amarga canción del azúcar
la amarga canción del ganado,
la amarga canción de la industrialización del llanto,
en procura siempre de la sonrisa azúcar parda
de la hembra de nuestra raza;
la cual parirá un hijo,
algún día, sin cadenas,
de sus centenarias esclavizadas entrañas.
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