Wislawa Szymborska
(Pozman, 1923)


Wislawa Szymborska, poeta, ensayista y traductora de poesía francesa, nació en Kornik, un pueblo de la provincia de Pozman, Polonia, el 2 de julio de 1923. En Cracovia, Szymborska estudió literatura polaca y sociología, y trabajó como editora y columninista para el semanario literario “Zycie Literackie” (La vida literaria). Ha publicado más de 16 lkibros de poesía, entre los que se encuentran Llamada a Yeti (1957), Sal (1962), Cien consuelos (1967), Gran número (1976), Gente en el puente (1986) y Fin y principio (1993). Recibió en 1996 el Premio Nobel de Literatura.


De una expedición no realizada a los Himalayas

Estos son los Himalayas
Montañas de un correr hacia la luna
momento del arranque eternizado
Sobre el cielo abierto
la llanura de las nubes rota,
de un golpe a la nada.
El eco: un sordomudo blanco
el silencio.
Yeti, abajo hay un miércoles,
un abecedario, un pan
y dos más dos son cuatro
y se derrite la nieve
Hay una manzana roja
partida en cuatro.
No sólo crímenes
podría haber entre nosotros,
Yeti, no todas las palabras
condenan a la muerte
Heredamos la esperanza
y el perdón
Mira cómo damos a luz
niños entre las ruinas.
Yeti, tenemos a Shakespeare
Yeti, tocamos el violín
Yeti, cuando anochece
encendemos la luz.
Aquí ni la tierra, ni la luna
y las lágrimas se congelan
o Yeti, puede ser el conejo de la luna
“Señor de la Luna”
piénsalo y regresa.
Entre las cuatro paredes de avalanchas
Estoy llamando al Yeti,
Zapateando para calentarme
sobre la nieve
eterna.

(1957)



Por si acaso

Pudo haber ocurrido.
Tenía que ocurrir.
Ocurrió ayer. Después. Más cerca, más lejos,
no te ha ocurrido a ti.
Te salvaste por ser el primero.
Te salvaste por ser el último.
Porque solo, porque la gente, porque a la derecha,
porque a la izquierda.
Porque llovía, porque hacía sombra.
Porque era un día soleado,
Por suerte estaba el bosque.
Por suerte no había árboles
Por suerte una vía, un gancho, un polín, un freno,
un marco, una curva, un milímetro, un segundo.
Por suerte la navaja flotaba en el agua.
Por lo tanto, porque, a pesar de.
Lo que hubiera ocurrido si fuera la mano, el pie,
un paso más, o por un pelo,
más la suerte que las circunstancias.
¿Existes, pues? Desde un instante entreabierto.
Te pusieron la red de un solo hueco
y te salvaste por él.
No lo puedo creer, ni lo puedo callar.
Escúchame:
Que rápido palpita en mí tu corazón.



Alabanza a los sueños

En mis sueños
pinto como Vermeer van Delft.

Hablo fluidamente griego
y no sólo con los vivos.

Conduzco un auto
que me obedece.

Tengo talento,
escribo poemas largos, grandiosos.

Escucho voces
no menos que los grandes santos.

Se sorprenderían
de mi virtuosismo en el piano.

Floto en el aire como se debe,
es decir, por mí misma.

Si caigo del techo
puedo aterrizar suavemente en el verde césped.

No me es difícil
respirar bajo el agua.

No me puedo quejar :
he logrado descubrir la Atlántida.

Me complace que justo antes de morir
siempre me las arreglo para despertar.

Inmediatamente tras el estallido de la guerra
me vuelvo a mi lado favorito.

Soy, mas no necesito ser,
hija de mi tiempo.

Hace unos pocos años
vi dos soles.

Y antes de ayer un pingüino,
con toda claridad.

(1972)



Discurso en la Oficina de Objetos Perdidos

Perdí unas pocas diosas camino del sur al norte,
también muchos dioses camino de este a oeste.
Un par de estrellas se apagaron para siempre, ábrete, oh cielo.
Una isla, otra se me perdió en el mar.
Ni siquiera sé dónde dejé mis garras,
quién anda con mi piel, quién habita mi caparazón.
Mis parientes se extinguieron cuando repté a tierra,
y sólo algún pequeño hueso dentro de mí celebra el aniversario.
He saltado fuera de mi piel, desparramado vértebras y piernas,
dejado mis sentidos muchas, muchas veces.
Hace tiempo que he guiñado mi tercer ojo a eso,
chasqueado mis aletas, encogido mis ramas.

Está perdido, se ha ido, está esparcido a los cuatro vientos.
Me sorprendo de cuán poco queda de mí:
un ser individual, por el momento del género humano,
que ayer simplemente perdió un paraguas en un tramvía.

(1972)



Descubrimiento

Creo en el gran descubrimiento.
Creo en el hombre que hará el descubrimiento.
Creo en el terror del hombre que hará el descubrimiento.

Creo en la palidez de su rostro,
la náusea, el sudor frío en su labio.

Creo en la quema de las notas,
quema hasta las cenizas,
quema hasta la última.

Creo en la dispersión de los números,
su dispersión sin remordimiento.

Creo en la rapidez del hombre,
la precisión de sus movimientos,
su libre albedrío irreprimido.

Creo en la destrucción de las tablillas,
el vertido de los líquidos,
la extinción del rayo.

Afirmo que todo funcionará
y que no será demasiado tarde,
y que las cosas se develarán en ausencia de testigos.
Nadie lo averiguará, no me cabe duda,
ni esposa ni muralla,
ni siquiera un pájaro, porque bien puede cantar.

Creo en la mano detenida,
creo en la carrera arruinada,
creo en la labor perdida de muchos años.
Creo en el secreto llevado a la tumba.

Para mí estas palabras se remontan por encima de las reglas.
No buscan apoyo en ejemplos de ninguna clase.
Mi fe es fuerte, ciega y sin ningún fundamento.

(1972)



Reseña de un poema no escrito

En las primeras palabras del poema
la autora establece que la Tierra es pequeña,
el cielo, al contrario, es demasiado grande para las palabras,
y sobre las estrellas, cito, “hay muchas más de las que se necesitan”.

En la descripción del cielo se advierte cierta impotencia,
la autora se pierde en una pavorosa infinitud,
se sobrecoge con los muchos planetas muertos
y pronto en su mente (podríamos agregar: inexacta)
se comienza a formar una pregunta,
¿acaso a pesar de todo no estamos solos
bajo el sol, bajo todos los soles del universo?

¡Contrario a la teoría de las probabilidades!
¡Y a las convicciones universalmente sostenidas actualmente!
¡Frente a la irrefutable evidencia de que ahora cualquier día
puede caer en manos humanas! Oh, poesía.

Mientras tanto, nuestra visionaria retorna a la Tierra,
el planeta que tal vez “gira sin testigos”,
la única “ciencia ficción que se puede permitir el universo”.
La desesperación de Pascal (1623-1662, la nota al pie de página es nuestra)
parece que para nuestra autora no tiene rival
sobre cualquier Andrómeda o Caciopea.
La exclusividad magnifica y obliga,
así emerge el problema de cómo vivir etcétera,
en tanto “el vacío no nos lo resuelva”.
“Oh, Señor”, el homble clama A Él Mismo,
“ten piedad de mí, ilumíname...”

La autora está oprimida por la idea de que la vida se derrocha tan fácilmente,
como si hubiera reservas inagotables de ella.
La idea de las guerras -ella pide discrepar-
siempre se pierden en ambos lados.
De la inhumanidad “brutalitaria” (sic!) del hombre con el hombre.
A través del poema se vislumbra un intento moral.
Bajo una pluma menos ingenua podría brillar más.

¡Pero qué pena ! Esta tesis básicamente tambaleante
(acaso a pesar de todo no estamos solos
bajo el sol, bajo todos los soles del universo)
y su desarrollo en un estilo imperturbable
(mezclando lo elevado con lo vernacular)
lleva a la conclusión de ¿quién lo creerá de todas maneras?
Sin duda nadie. ¿No se los dije?

(1976)



Alabanza a mi hermana

Mi hermana no escribe poemas
y es improbable que de pronto comience a escribir poemas.
Le viene de su madre, que no escribía poemas,
y de su padre, que tampoco escribía poemas.
Bajo el techo de mi hermana me siento a salvo:
nada impulsaría al marido de mi hermana a escribir poemas.
Y aunque suene como un poema de Adam Macedonski,
ninguno de mis parientes se ocupa de escribir poemas.

En el escritorio de mi hermana no hay poemas viejos
ni nuevos en su bolso.
Y cuando mi hermana me invita a cenar,
sé que no tiene intenciones de leerme poemas.
Hace magníficas sopas sin esfuerzo,
y su café no se derrama sobre manuscritos.

En muchas familias nadie escribe poemas,
pero cuando lo hacen, rara vez es sólo una persona.
Algunas veces la poesía fluye en cascadas de generaciones
que ocasionan temibles corrientes en las relaciones familiares.

Mi hermana cultiva una prosa hablada decente,
toda su producción literaria está en tarjetas postales veraniegas
que prometen la misma cosa cada año:
que cuando vuelva
nos contará todo,
todo,
todo.

(1976)



Gratitud

Debo mucho
a aquellos que no amo.

El alivio con que acepto
que son queridos por algún otro.

La dicha de que no soy yo
un lobo para sus ovejas.

Paz para mí hacia ellos,
y libertad de ellos hacia mí,
y eso es algo que el amor no puede dar
ni procura arrebatar.

No los espero
de ventana a puerta.
Paciente
casi como un reloj de sol,
comprendo
lo que el amor no comprende,
perdono
lo que el amor nunca perdonaría.

De encuentro a carta
no pasa una eternidad
sino simplemente unos días o semanas.

Los viajes con ellos son siempre un éxito,
conciertos escuchados,
catedrales visitadas,
paisajes muy bien enfocados.

Y cuando nos separamos
por siete montañas y ríos,
ellos son montañas y ríos
bien conocidos en el mapa.

Es gracias a ellos
que vivo en tres dimensiones,
en un espacio no lírico y no retórico,
con un horizonte real porque es movible.

Ellos mismos no saben
cuánto traen con las manos vacías.
“No les debo nada”,
me gusta decir
a esta pregunta abierta.

(1976)



La mujer de Lot

Dicen que miró hacia atrás por curiosidad.
Pero yo podría haber tenido otras razones aparte de la curiosidad.
Miré hacia atrás por pena de una fuente de plata.
Por distracción mientras me ataba el cordón de mi sandalia.
Para evitar seguir mirando el justo cuello
de Lot, mi esposo.
Por una repentina certidumbre de que si yo hubiera muerto
él ni siquiera habría atenuado su marcha.
Por la desobediencia de los humildes.
Alerta a la persecución.
Repentinamente serena, esperanzada de que Dios hubiera cambiado de parecer.
Nuestras dos hijas ya estaban casi en la cima de la colina.
Sentí la ancianidad dentro de mí. Lejanía.
La futilidad de nuestro vagar. Somnolencia.
Miré hacia atrás mientras dejaba mi atado en el suelo.
Miré hacia atrás por miedo de dónde poner a continuación mi pie.
En mi camino aparecieron serpientes,
arañas, ratas de campo y buitres jóvenes.
Entonces no había justos ni malvados -simplemente todas las criaturas vivientes
reptaban y saltaban en medio de un pánico común.
Miré hacia atrás por soledad.
Por vergüenza de que estaba huyendo.
Por un deseo de gritar, de volver.
Justo cuando una súbita ráfaga de viento
me deshizo el peinado y me levantó mis vestidos.
Tuve la impresión de que lo estaban viendo todo desde las murallas de Sodoma
y estallaban en risas sonoras de vez en cuando.
Miré hacia atrás por rabia
para gozar de su gran ruina
miré hacia atrás por todas las razones que he mencionado.
Miré hacia atrás a pesar de mí misma.
Fue sólo una roca que se desprendió, resonando bajo los pies.
Una repentina grieta que cortó mi camino.
Al borde un hámster correteó parado en sus patas traseras.
Fue entonces que miramos los dos hacia atrás.
No, no. Yo seguí corriendo,
repté y gateé hacia arriba,
hasta que la oscuridad me aplastó desde el cielo,
y con ella, grava ardiente y pájaros muertos.
Por falta de aliento me balanceaba repetidamente.
Si alguien me hubiera visto podría haber pensado que estaba bailando.
No se descarta que mis ojos hayan estado abiertos.
Podría ser que siento mi cara vuelta hacia la ciudad.

(1976)





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